¡Si es bueno para mí cómo no iba serlo para ti!

Hace años que recurro a las terapias manuales de forma habitual para mantenerme en forma. Empecé muy joven cuando era deportista y entrenaba entre 3 y 5 horas diarias. Pronto el masaje y la osteopatía formaron parte de mi vida y no he abandonado esta buena costumbre.
Hoy en día la postura que adopto en mi actividad laboral y las horas que paso de pie hacen que cada quince días acuda a la consulta de mi masajista, ya sea para soltarme la espalda y los brazos o para un Drenaje Linfático Manual de las piernas. Cuando siento que a pesar de cuidarme con una buena alimentación, haciendo estiramientos, meditando y una actividad física regular al aire libre necesito “resetearme” voy a mi osteópata. Porque como cualquiera, me voy cargando física, emocional y mentalmente. Sé que mi organismo se adapta lo mejor que puede a las circunstancias que me rodean. Pero hay un límite. Tarde o temprano necesito dejarme en manos de otro.
Algunos pacientes me preguntan cómo hago para darme masaje a mí misma. No lo hago. Porque disfruto tanto recibiendo un tratamiento que en 1995 decidí aprender a dar masaje y más adelante seguí formándome para transmitir este bienestar a otros.
Al entrar en la consulta de mi terapeuta me olvido de lo que soy, ya no soy masajista, ni osteópata. Me convierto en paciente y teniendo por fin alguien que me haga de espejo para escuchar los dolores de mi cuerpo reflejando o no los gritos de mi mente, me entrego a sus habilidades y su sabiduría. ¡Es mi momento, enterito para mí, por fin! Y ¡Vaya si lo aprovecho! Me abandono por completo. ¡Qué gusto! Es tan liberador. Ningún control. Sólo sentir.
A medida que avanza el tratamiento tomo consciencia de mis contracturas, tensiones. Mi respiración se hace más sosegada y mis pensamientos van acallándose, hasta quedarme casi en blanco en un estado entre sueño y vigilia, placentero y muy reparador. Me quedo así entre 15 minutos y una hora y a veces más.
¡Sí! Lo confieso: soy adicta al tacto terapéutico y a sus efectos prolongados.
¡Qué agradable sentir mi cuerpo liviano y mi mente aquietada! Y como beneficio añadido fluyo mejor aún cuando vuelvo a ser yo la terapeuta.

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